Esta mañana me he cogido uno de mis típicos mosqueos. He tenido que ir a Hacienda, lo cual ya de por sí no es agradable, en la sede de Guzmán el Bueno de Madrid. He tenido que ir en coche, porque aunque el Alcalde se empeñe en que deje el coche en casa, teniendo en cuenta que tengo que trabajar, que vivo en Alcobendas y que en Hacienda sólo te atienden hasta las 14 horas, pues como que o voy en mi coche o no llego a Hacienda... Y no, no he podido solucionar mi problema en la Delegación de Alcobendas...
Busco sitio para aparcar. Algo complicado pero bueno, es cuestión de dar vueltas y pillar a alguien que se marcha, ya sabéis: estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. Tras dar muchas vueltas veo sitio. ¿Mi cabreo? Mi cabreo se debe a que además del parquímetro que tengo que pagar al Ayuntamiento, que tengo que tener las moneditas justas, porque si no no puedo pagarlo (aun teniendo billetes o tarjeta de crédito, ni tampoco la maquinita da cambio), que si me paso media hora en Hacienda porque hay cola me atizan un multazo del diez, además de todo eso, me piden el impuesto revolucionario. Decenas de 'gorrillas' cada diez metros. Esa pobre gente que me pide dinero por decirme dónde puedo aparcar, a pesar de sentirme perfectamente capacitado para ello sin ayuda de nadie.
El problema no es que me pidan dinero. Soy consciente de que tratan de ganarse la vida. El problema es que en cierta ocasión no pagué el 'impuesto' y a mi regreso uno de mis retrovisores estaba destrozado de una patada. Eso ya no es pedir, eso ya es exigir, amenazar, chantajear, extorsionar. Por lo tanto si te niegas a pagar, te vas con el temor a lo que le puedan hacer a tu coche en represalia. Y a eso no hay derecho. Ya pago por aparcar mi coche ahí. O pago al Alcalde o pago al gorrilla.
Por tanto pienso, que ya que no puedo elegir y tengo que pagar al Alcalde, este debería procurar que no exista este tipo de extorsión y en lugar de preocuparse de quitar a los músicos de la calle (leer mi entrada en este blog sobre el tema del 8 de febrero) podía preocuparse de que el ciudadano que paga y pone su papelito pueda marcharse tranquilo sin temor. Y si ya de paso el ciudadano puede sacar el papelito con tarjeta, como corresponde al siglo XXI, pues mejor, porque uno no siempre tiene las moneditas de las narices... o que de cambio, como cualquier maquinita expendedora del mundo...