Hace ocho años me vine a vivir a mi casa actual. Un piso que compré sobre plano y que tuve que esperar cuatro años en recibir las llaves. Un piso deseado con mucha ilusión y en el que he vivido un montón de experiencias maravillosas. Este piso ha sido mi hogar desde entonces y sigue siéndolo hoy en día.
Para que una casa sea un hogar hacen falta una serie de factores. Y todos sabemos cuáles son a nada que reflexionemos uno segundos sobre eso. Pero hay un elemento que para mi fue inesperado, pero que contribuyó decisivamente a que mi casa haya sido mi hogar. Virginia y Rubén. Mis vecinos.
Acababa de instalarme cuando un joven muy guapo entraba y salía de un piso de mi rellano. ¿Será gay?, nos preguntábamos mi entonces pareja y yo... No porque el chico induzca a pensarlo en absoluto, sino por un absurdo deseo interior de que lo fuese. Tener un vecino gay era un potencial futuro amigo gay y eso podía ser estupendo. Pero de vez en cuando veíamos que le acompañaba una chica menuda, delgadita y muy frágil en apariencia (solo en apariencia, no os dejéis engañar) y nos tenía muy despistados.
Pues la chica resultó ser su novia. Qué le vamos a hacer. No tendríamos amigo gay en el rellano. Y un día llamaron al timbre. Y abrimos. Y entre risas nos saludaron y nos obsequiaron con un tiramisú impresionante cocinado por Vir, que es como se llamaba la chica menuda. Aún recuerdo sus palabras: "Qué momento más yanqui, ¿verdad?". Y reímos todos. El chico era heterosexual pero al menos la novia menudita era muy simpática. Algo es algo.
Y fueron llegando pequeños momentos y pequeñas anécdotas. Cómo la confirmación de mi homosexualidad (y la de mi pareja, claro) por una camiseta que me delataba y que Vir no pudo evitar leer el texto impreso en voz alta: "¿Entiendes? O te lo explico..." Se les despejaron las dudas. No éramos compañeros de piso ni hermanos ni primos...
Y luego llegó esa primera Junta de Vecinos, experiencia desagradable donde las haya y una improvisada cena post-reunión en mi casa... Y la relación empezó a consolidarse. Y la confianza fue llegando. De las charlas en el rellano a vernos en pijama... en el rellano también.
De ayudarnos a abrir la puerta con una radiografía a llamar a un cerrajero a las una de la mañana de un domingo (hay que ver estos chicos con las puertas). De la muerte de Neco a la llegada de Miga y de Izzie. De mi separación a la de mis padres años después. De la preparación y aprobación de las oposiciones de Vir a mis continuos cambios laborales. De esas noches de sofá viendo "Lost" a risas y más risas bebiendo cerveza. De bajar juntos a ver un incendio y hacer una improvisada retransmisión radiofónica. La vecindad no era vecindad. Ya era Amistad. Amistad con mayúscula. Tienen la llave de mi hogar. Y yo la suya. Porque no somos vecinos sin más.
Hemos compartido muchos momentos juntos de sincera amistad. Alegres y tristes. Pero los tristes con alegría también. Conocemos a nuestras familias y a nuestros amigos. Ha sido una suerte vivir aquí y conocerles.
Hoy les he acompañado a trasladar a sus gatas a su nuevo hogar. Muy cerca de aquí. Las gatunas han reaccionado mal al cambio. Llevan mucho tiempo en su casa y de repente les han sacado de su entorno a uno totalmente nuevo. Se acostumbrarán.
A mi me pasa igual que a Miga y que a Izzie. Y es que también tendré que acostumbrarme. A no llamar a su timbre para contarles lo que me ha pasado en el día o a pedirles una onza de chocolate por las noches. A saber que no están al otro lado del rellano si me pasa algo. A no encontrármelos corriendo a coger el ascensor llegando tarde a algún sitio. Ellas notan el cambio. Como yo. Seguramente hoy ya no vendrán a dormir aquí. Y me siento raro.
Estoy contento porque se van a mejor y tengo la certeza de que allí serán muy felices. Pero también me alegra saber que la nuestra no es una relación de rellano. Somos amigos. Y de los buenos. Y seguiremos siéndolo. Estaremos siempre ahí, donde nos necesitemos. Seguiremos bebiendo cerveza y siendo confidentes. Seguiremos riendo y llorando juntos si es preciso. Nada cambiará.
Pero de momento, ya no están al otro lado del rellano. Y tengo que acostumbrarme, porque los echaré mucho de menos. A los cuatro. Y no puedo evitar que eso me entristezca.
Por cierto. Chico y chica viviendo juntos sin casarse y dos gatas. Monseñor Rouco, son una familia. Doy fe. Una familia a la que echaré mucho de menos. Quizá no venga a cuento esta observación, pero me apetecía hacerla.
Querido mio, aunque ahora el rellano se haya hecho mucho grande, conociéndote...está más que claro que no cambiará nada, bueno si, ni se te ocurra salir de casa en pijama a por lo del chocolate e irte así hasta su nueva casa!! Besos desde mi también lejano rellano, amigo.
ResponderEliminarDicen que los amigos son la familia que uno elige, y yo no tengo ninguna duda de que formas parte de la mía, así que no sé cómo no te has incluído para contárselo a Rouco...
ResponderEliminarHe sido muy muy feliz en esta casa, y ver las paredes vacías no me apena tanto como saber que no podré vigilar tu luz en el pasillo. Pero como bien dices, seguimos ahí - y seguiremos- porque no se puede escribir aquí todo lo que compartimos, pero tampoco lo que compartiremos.
Te quiero mucho, Edu, y te voy a echar de menos, porque saber que hay alguien que está pendiente de ti a treinta segundos es una sensación maravillosa. Encontrarnos ha sido la suerte, porque no basta con vivir en frente, Edu, hay algo que tiene que encajar, personas destinadas a caminar juntas, y yo no ando con cualquiera. ;-)
Yo solo me enamoro de las personas que ríen a carcajadas, gruñen por hechos que aún no han pasado y cocinan cualquier cosa para ti mientras abren su corazón y unas aceitunas. Las personas que cuidan de ti por el mero hecho de existir y graban vídeos a las gatas cuando no estamos. Me enamoro de las personas con las que puedo hablar a las tantas de la mañana, aunque abran la puerta en calzoncillos de slip en verano y en pantalón corto en invierno. De las personas que me hacen llorar con lo que escriben y con lo que escribo.
Que no se te ocurra alejarte de mí. Porque hay muy pocos como tú. Y yo te vi primero.
Le titular engaña, la entrada es entrañabilísima. Me encantaría tener pasta para poder comprar la casa que dejan vacía. Si la venden...
ResponderEliminarGracias a Borja por sus sabias correcciones. Las aplico encantado. Un placer aprender cada día.
ResponderEliminar