lunes, 29 de agosto de 2011

Aquí, aquí, aquí no hay quien viva, aquí no...

Hace ocho años me vine a vivir a mi casa actual. Un piso que compré sobre plano y que tuve que esperar cuatro años en recibir las llaves. Un piso deseado con mucha ilusión y en el que he vivido un montón de experiencias maravillosas. Este piso ha sido mi hogar desde entonces y sigue siéndolo hoy en día.

Para que una casa sea un hogar hacen falta una serie de factores. Y todos sabemos cuáles son a nada que reflexionemos uno segundos sobre eso. Pero hay un elemento que para mi fue inesperado, pero que contribuyó decisivamente a que mi casa haya sido mi hogar. Virginia y Rubén. Mis vecinos.

Acababa de instalarme cuando un joven muy guapo entraba y salía de un piso de mi rellano. ¿Será gay?, nos preguntábamos mi entonces pareja y yo... No porque el chico induzca a pensarlo en absoluto, sino por un absurdo deseo interior de que lo fuese. Tener un vecino gay era un potencial futuro amigo gay y eso podía ser estupendo. Pero de vez en cuando veíamos que le acompañaba una chica menuda, delgadita y muy frágil en apariencia (solo en apariencia, no os dejéis engañar) y nos tenía muy despistados. 

Pues la chica resultó ser su novia. Qué le vamos a hacer. No tendríamos amigo gay en el rellano. Y un día llamaron al timbre. Y abrimos. Y entre risas nos saludaron y nos obsequiaron con un tiramisú impresionante cocinado por Vir, que es como se llamaba la chica menuda. Aún recuerdo sus palabras: "Qué momento más yanqui, ¿verdad?". Y reímos todos. El chico era heterosexual pero al menos la novia menudita era muy simpática. Algo es algo.

Y fueron llegando pequeños momentos y pequeñas anécdotas. Cómo la confirmación de mi homosexualidad (y la de mi pareja, claro) por una camiseta que me delataba y que Vir no pudo evitar leer el texto impreso en voz alta: "¿Entiendes? O te lo explico..." Se les despejaron las dudas. No éramos compañeros de piso ni hermanos ni primos...

Y luego llegó esa primera Junta de Vecinos, experiencia desagradable donde las haya y una improvisada cena post-reunión en mi casa... Y la relación empezó a consolidarse. Y la confianza fue llegando. De las charlas en el rellano a vernos en pijama... en el rellano también. 

De ayudarnos a abrir la puerta con una radiografía a llamar a un cerrajero a las una de la mañana de un domingo (hay que ver estos chicos con las puertas). De la muerte de Neco a la llegada de Miga y de Izzie. De mi separación a la de mis padres años después. De la preparación y aprobación de las oposiciones de Vir a mis continuos cambios laborales. De esas noches de sofá viendo "Lost" a risas y más risas bebiendo cerveza. De bajar juntos a ver un incendio y hacer una improvisada retransmisión radiofónica. La vecindad no era vecindad. Ya era Amistad. Amistad con mayúscula. Tienen la llave de mi hogar. Y yo la suya. Porque no somos vecinos sin más. 

Hemos compartido muchos momentos juntos de sincera amistad. Alegres y tristes. Pero los tristes con alegría también. Conocemos a nuestras familias y a nuestros amigos. Ha sido una suerte vivir aquí y conocerles. 

Hoy les he acompañado a trasladar a sus gatas a su nuevo hogar. Muy cerca de aquí. Las gatunas han reaccionado mal al cambio. Llevan mucho tiempo en su casa y de repente les han sacado de su entorno a uno totalmente nuevo. Se acostumbrarán. 

A mi me pasa igual que a Miga y que a Izzie. Y es que también tendré que acostumbrarme. A no llamar a su timbre para contarles lo que me ha pasado en el día o a pedirles una onza de chocolate por las noches. A saber que no están al otro lado del rellano si me pasa algo. A no encontrármelos corriendo  a coger el ascensor llegando tarde a algún sitio. Ellas notan el cambio. Como yo. Seguramente hoy ya no vendrán a dormir aquí. Y me siento raro.

Estoy contento porque se van a mejor y tengo la certeza de que allí serán muy felices. Pero también me alegra saber que la nuestra no es una relación de rellano. Somos amigos. Y de los buenos. Y seguiremos siéndolo. Estaremos siempre ahí, donde nos necesitemos. Seguiremos bebiendo cerveza y siendo confidentes. Seguiremos riendo y llorando juntos si es preciso. Nada cambiará. 

Pero de momento, ya no están al otro lado del rellano. Y tengo que acostumbrarme, porque los echaré mucho de menos. A los cuatro. Y no puedo evitar que eso me entristezca. 

Por cierto. Chico y chica viviendo juntos sin casarse y dos gatas. Monseñor Rouco, son una familia. Doy fe. Una familia a la que echaré mucho de menos. Quizá no venga a cuento esta observación, pero me apetecía hacerla. 






4 comentarios:

  1. Querido mio, aunque ahora el rellano se haya hecho mucho grande, conociéndote...está más que claro que no cambiará nada, bueno si, ni se te ocurra salir de casa en pijama a por lo del chocolate e irte así hasta su nueva casa!! Besos desde mi también lejano rellano, amigo.

    ResponderEliminar
  2. Dicen que los amigos son la familia que uno elige, y yo no tengo ninguna duda de que formas parte de la mía, así que no sé cómo no te has incluído para contárselo a Rouco...
    He sido muy muy feliz en esta casa, y ver las paredes vacías no me apena tanto como saber que no podré vigilar tu luz en el pasillo. Pero como bien dices, seguimos ahí - y seguiremos- porque no se puede escribir aquí todo lo que compartimos, pero tampoco lo que compartiremos.
    Te quiero mucho, Edu, y te voy a echar de menos, porque saber que hay alguien que está pendiente de ti a treinta segundos es una sensación maravillosa. Encontrarnos ha sido la suerte, porque no basta con vivir en frente, Edu, hay algo que tiene que encajar, personas destinadas a caminar juntas, y yo no ando con cualquiera. ;-)
    Yo solo me enamoro de las personas que ríen a carcajadas, gruñen por hechos que aún no han pasado y cocinan cualquier cosa para ti mientras abren su corazón y unas aceitunas. Las personas que cuidan de ti por el mero hecho de existir y graban vídeos a las gatas cuando no estamos. Me enamoro de las personas con las que puedo hablar a las tantas de la mañana, aunque abran la puerta en calzoncillos de slip en verano y en pantalón corto en invierno. De las personas que me hacen llorar con lo que escriben y con lo que escribo.
    Que no se te ocurra alejarte de mí. Porque hay muy pocos como tú. Y yo te vi primero.

    ResponderEliminar
  3. Le titular engaña, la entrada es entrañabilísima. Me encantaría tener pasta para poder comprar la casa que dejan vacía. Si la venden...

    ResponderEliminar
  4. Gracias a Borja por sus sabias correcciones. Las aplico encantado. Un placer aprender cada día.

    ResponderEliminar