Este es Jamey Rodemeyer. Un adolescente de 14 años norteamericano.
Su corazón dejó de latir, por voluntad propia, el 18 de septiembre. Jamey, tras pedir ayuda a través de las redes sociales, tras hacer pública en numerosas ocasiones la terrible situación de acoso que sufría, tras suplicar ayuda sin que nadie le escuchase, decidió que no podía continuar.
Jamey es homosexual. Un valiente que no solo no ocultaba su condición sexual a su temprana edad, sino que se enfrentó a la homofobia practicada por sus compañeros de instituto. El acoso fue tal que Jamie se rindió.
Un valiente, un heroe de nuestro tiempo. Una víctima. Un ejemplo de que no hemos evolucionado. Porque triste es que un chico de 14 años se vea sometido a tal presión que le conduzca al suicidio como única salida viable. Triste es que la homosexualidad siga siendo objeto de discriminación y odio. Triste es que quienes odian y discriminen sean tan jóvenes, los hombres y mujeres del mañana. Triste que la información en tiempo real desde cualquier rincón del mundo, gracias a la tecnología, internet y las redes sociales, no hayan evitado este desenlace. Porque triste es que nadie haya escuchado a Jamey, se haya parado un momento a tenderle una mano y decirle 'tranquilo, no estás solo'.
Soy un homosexual de 42 años que conoce lo que significa ser discriminado por su condición sexual. No necesito esforzarme lo más mínimo para saber lo que ha vivido Jamey. Lo que ha sufrido. Lo que ha llorado. Lo desesperado que se ha sentido. Y sobre todo, la soledad que ha padecido. A mis 14 años no había internet, ni chats, ni redes sociales, ni siquiera un amigo a quién confiar que te gustaban los chicos y no las chicas, no por falta de amigos, sino por falta de confianza en que te entendieran y te respetaran. Si algo caracteriza la pubertad y adolescencia de un homosexual de mi época es la soledad.
Lo que me aterra es que casi 30 años después, un chico de 14 años se haya sentido tan solo y desamparado como yo me sentí. De nada le han servido internet, las redes sociales, poder compartir su angustia con el mundo y poder gritar ayuda ante una sociedad que sigue sorda ante todo aquello que no le afecte directamente. De nada le ha servido la supuesta normalización pública de la homosexualidad, vivir en la que ha sido la primera potencia del mundo y que estemos en 2011, caramba. Es obvio que queda muchísimo camino por recorrer. Y muchas conciencias que transformar.
Descansa en paz, Jamey. Que tu muerte no sea en vano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario