Hoy es 14 de noviembre de 2012. Me he unido a la Huelga General y he asistido a la manifestación. Me siento orgulloso de ambas cosas.
He crecido en el Estado de Bienestar. Sin hacer nada por mi parte, he gozado desde que te tengo uso de razón de unos derechos civiles, sociales y económicos que mis antepasados lograron para que mi generación, y las venideras, pudiéramos disfrutarlas.
Todos los derechos que hoy consideramos básicos has sido logrados a lo largo de la historia con el esfuerzo, lucha, sudor, sangre y lágrimas de mucha gente. Y hoy estamos asistiendo a su desmantelamiento.
Es justo que ahora me movilice por no perderlos, por las generaciones presentes, por las futuras y por respeto a quienes las consiguieron y nos las entregaron. Es una mera cuestión de responsabilidad. Incluso de gratitud.
Todos los días previos al 14N he oído que no sirve para nada, que cae en saco roto, que no vale la pena arriesgar. Si la vale. Desde la abolición de la esclavitud, la igualdad de los negros, pasando por la equiparación de la mujer al hombre, el logro de una jornada máxima de trabajo o el día de descanso semanal, hasta llegar al más reciente matrimonio homosexual, no se han conseguido desde el sofá de casa. Se han ocupado otros, eso es lo que ocurre, y nos hemos beneficiado todos los demás. Pero quienes lo hicieron entregaron sus vidas, unas veces temporalmente y otros incluso carnalmente.
Pero vivimos el momento más crítico de la Historia de España desde el restablecimiento de la democracia (digo restablecimiento porque aunque a algunos les escueza ya hubo en la II República) y nos toca a nosotros. No se trata de hacer heroicidades, se trata de protestar, de decir basta ya a los abusos, de que el pueblo recupere el poder soberano que constitucionalmente le corresponde. Y el coste que pueda conllevar será a corto plazo, a momento inmediato, pero el coste de no frenar esta situación tendrá efectos durante décadas.
Y queramos o no, sólo hay una forma legítima de hacerlo. Hay otras, pero desde luego no tan legítimas.
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