Ser jefe no consiste en estar remarcando continuamente su posición dominante ni en recordarte que eres un pobre diablo nacido para obedecer. Ser jefe no consiste en considerarse magnánimo cuando te hace la más mínima concesión humana. Ser jefe no consiste en esperar el asentimiento del equipo que está a sus órdenes a todo lo que dice. Ni en echar broncas insoportables.
Ser jefe consiste en saber gestionar los recursos de que dispone, incluido los humanos. En saber pedir responsabilidades y transmitir autoridad pero siempre con el debido respeto. Saber dar seguridad al equipo pero sabiendo escuchar, pues las ideas brillantes pueden estar alojadas en cualquier cabeza. Sólo hay que permitirlas aflorar. Ser jefe consiste en exigir esfuerzos en los momentos precisos pero también dando ánimos y reconociendo el mérito del esfuerzo y del trabajo bien hecho.
El buen jefe prefiere que el personal enfermo se recupere en casa a que contagie a todo el departamento. El buen jefe entiende la naturaleza humana y que hay días mejores y otros peores en la vida de cualquier persona. Y sabe que cada uno somos un mundo, incluido él. El buen jefe sabe que un equipo que trabaja con buen espíritu es más eficaz que el que trabaja amargado. Sabe exigir sin maltratar. El buen jefe prefiere los resultados y la productividad frente al horario.
El buen jefe da la cara por su equipo, le apoya y le anima. El buen jefe saca lo mejor de su gente en lugar de resaltar lo peor.
¿Cuántos buenos jefes conocéis?
Pues será que he tenido yo mucha suerte, pero jamás he tenido un jefe que dijese una palabra más alta que otra, que no se prestase a ayudar, o que se creyese más que nadie.
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