domingo, 19 de junio de 2016

Cataluña y democracia.

Todos sabemos que Artur Mas creó una cortina de humo con la independencia de Cataluña para tapar su deficiente gestión al frente de la Generalitat. Es obvio y creo que en esto hay unanimidad. Pero no hay unanimidad, y en esto discrepo de la gran mayoría, en el análisis de lo ocurrido después.

Siempre me mostré partidario, y buenas discusiones me valió este punto de vista, de la celebración del referendum de Cataluña. Por varias razones.

Primero. La gente tiene derecho a expresarse. A opinar. Es un derecho básico en democracia. No se puede defender lo contrario bajo la pobre excusa de que no podemos someter todo a referéndum. Pues claro que no. Pero esto no es cualquier cosa. 

Segundo. Hubiese sido un excelente barómetro (el mejor sin duda) para medir la realidad del sentir del pueblo catalán. Sin suposiciones. Tantos a favor, tantos en contra. Además, hemos cometido la torpeza de pensar únicamente en los proindependentistas. ¿Acaso el catalán que quiere permanecer en España no tiene el mismo derecho a ser escuchado?

Tercero. No era un referendum vinculante. Sobre esto poco hay que añadir. Un resultado a favor de la independencia no nos hubiese llevado a ella de inmediato.

Si hubiese salido más gente a favor que en contra, hubiese obligado a Mariano a sentarse a discutir sobre el asunto. Se hubiese dicho a Mas, mira, la independencia no la váis a tener mientras no consigáis una reforma de la Constitución. Pero vamos a articular un nuevo modo de administración territorial a fondo para vuestra (y no única, no nos olvidemos) particularidad. 

Y una política de altura nos hubiese llevado a enterrar tan viciado Estado de las Autonomías y a diseñar una nueva fórmula (estamos en el siglo XXI, por Dios) y a reformar a fondo el Título VIII de la Constitución. 

Y si hubiese salido el no, pues honestamente, creo que habría que haber hecho exactamente lo mismo. 

Pero no hay altura de miras en este asunto. Es algo a lo que nos negamos en rotundo porque una vez más nos pensamos que ignorar un problema que nos desborda es solucinarlo. Y además imponer una postura por la fuerza solo agrava el problema. Es muy probable que la negativa del PP en este asunto haya hecho aumentar el número de los independentistas previos a Artur Mas.

Franco mantuvo a los nacionalistas en el exilio. Nada de culturas, lenguas o identidades propias. Una, Grande y Libre por cojones, por la Gracia de Dios que leíamos en la cara de las pesetas. Pero cuarenta años de silencios impuestos por la fuerza no acallan, sino que avivan. Ya lo hemos comprobado. Y no solo en España, pensemos en Tito y Yugoslavia y el horror que derivó de aquello. 

Se llegó a un consenso hace cuarenta años para que tuviese cabida la diversidad española, algo que lejos de separar debería unir y enriquecer. En aquel momento el objetivo era enterrar odios y rencillas y reconocer las distintas identidades que nos caracterizan de un modo pacifíco. Ese objetivo se logró. Ahora hay que dar un paso más. Hay que limar las aristas que quedaron y dar soluciones actuales a problemas actuales.

Yo no puedo ser independentista de nada. Incluso puedo no entender los nacionalismos. Soy nacido en Madrid, hijo y nieto de madrileños. Soy fruto del centralismo imperante en España. Pero eso no me impide ser, ante todo, un demócrata, que debe reconocer el derecho a expresarse de quienes desean una realidad diferente a la mía. Y sobre todo, soy alguien que procura ser consciente de la realidad, me guste esta realidad o no.

Que no se haya permitido que la gente vote o que se utilice esto como argumentario para no llegar a un pacto de gobierno, es algo que a estas alturas me escandaliza. Pienso en Reino Unido. Los escoceses pudieron votar ¡Y su referendum sí era vinculante! Y hoy votan la salida de la Unión Europea. Prima la democracia sobre las consecuencias. Siento envidia. 

Por cierto, nada se rompe. El mundo no se para. La vida sigue. Basta ya de utilizar el miedo como arma inmovilizadora.