miércoles, 9 de enero de 2013

A mi amigo.

El otro día me recordaste, al presentarme a una amiga tuya, que hace 23 o 24 años que nos conocemos. Eramos dos estudiantes universitarios de la facultad de derecho (de la buena, la Complutense, por supuesto) de apenas 20 años. Dos jóvenes comunes, normales, con ilusiones, alegria y ganas de vivir y por supuesto, de experimentar.

Aparte de ser uno de los pocos amigos que conservo de hace tanto tiempo, eres mi primer amigo homosexual. Y sin duda conocerte fue clave para conocerme a mí mismo y aceptarme tal y como soy. Me ayudaste a darme cuenta de que ni era un bicho raro por ser gay ni era, ni mucho menos, el único, y me demostraste simplemente siendo como eres, la falsedad de todos los perjuicios e ideas preconcebidas sobre el asunto, machaconamente transmitidas de generación en generación y de las que, inevitablemente, yo era víctima en primera persona. Y es que nuestros tiempos, eran otros tiempos.

Haber tomado en su momento las riendas de mi vida y situarme en el lugar en el que siempre debí estar, mi salida del armario y decidir ser coherente con quién soy, sin tapujos ni tabúes ni, lo más importante, sin temores, lo debo a tí en gran medida.

Un mes de enero, nada más llegar de las vacaciones de Navidad, me contaste ilusionado que habías conocido a un chico muy majo. Un chico de León, pero residente en Madrid. Y empezastéis a salir. Y me lo presentaste. Y me presentaste a tus amigos. Y me permitiste entrar en tu círculo y, en definitiva, me invitaste a formar parte de tu vida.

Y 21 años después de conocer a ese chico tan majo que por fín este año se ha convertido en tu marido (formalmente, porque obviamente ya lo era hace muchas lunas), hemos sido testigos de muchas cosas. Mis relaciones sentimentales, los primeros trabajos basura, nuestros sueños compartidos, el estreno de vuestra casa, el de la mía, vuestra marcha a Sevilla, mi 40 cumpleaños...

Y ahora he tenido que acompañarte en el suceso más triste que hayas tenido que vivir hasta ahora. Y te he visto sufrir y llorar. Y sé que cuando me toque, que me tocará por Ley de Vida, allí estarás tú, apoyándome y alentándome. Y es que la amistad es amor y tu y yo nos queremos por muchos años que pasen. Y que la vida es eso, compartir momentos buenos y malos. Y que aunque nos separen los kilómetros seguimos tan unidos como siempre. Y eso es lo que cuenta, ¿verdad?.

Y dicho todo esto, sólo quiero añadir la felicidad que siento al ver el cariño y apoyo que siempre te da tu marido, y su familia, que hizo un montón de kilómetros desde León en un día de espesas nieblas para acompañarte en tu dolor, y el cariño recíproco que los tuyos le dan a él, como no puede ser de otro modo. 

No necesito decirte lo que siento lo ocurrido porque es ahondar en lo obvio. No necesito decirte lo feliz que me hace ser vuestro amigo. Y no necesito decirte lo orgulloso que me siento de esta familia de dos miembros. Pero aún no siendo necesario quiero hacerlo. 

Y aún nos quedan muchas cosas por compartir. Buenas y malas claro, pero es la vida. Ahí estaremos.